Puedo ser el peor de los fallos, la carne mejor planchada, un cúmulo de lunas y de agrio. Simulacros y segundo plano, a estas alturas no hay poeta ni perdón que me soporte. Y aun sin asumir mi propio fin, esta rutina de penas y arrogancias -que se ha quedado tan sola- no puede evitar dictar su última advertencia:
Que nadie diga nunca que fue mansa mi rabia.
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